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EL FUTURO DE LA ARQUITECTURA ESTÁ EN LA COLABORACION

Los proyectos más potentes vienen de esta, así resultó en una conversación con la arquitecta y urbanista Diana Herrera Duque.

La académica y consultora en diseño de proyectos en arquitectura y espacio público, ha trabajado en obras como el Parque Explora y Parques del Río, en Medellín; la rehabilitación de la Albarrada en Mompox, y el Parque Educativo Saberes Ancestrales en Vigía del Fuerte. Es candidata al doctorado en Arquitectura de la Universidad Nacional de Colombia, sede Bogotá, en donde es profesora e hizo parte del proyecto de intervención del barrio La Chacarita en Asunción de Paraguay durante la Bienal Iberoamericana 2019, que recientemente fue reconocida con el Premio COAM, del Colegio Oficial de Arquitectos de Madrid. Hablamos con ella para entender su particular forma de trabajo y cómo esta es una ventana al futuro.  

¿Cómo fue esa experiencia en Paraguay?

Ese proyecto sale del arquitecto Arturo Franco, director y comisario principal de la Bienal Iberoamericana de 2019. Él armó un grupo de curadores de toda Iberoamérica, yo fui seleccionada para los proyectos de Colombia, y nos propuso algo poco común. Generalmente uno va a una bienal, hay un coctel y todo el mundo se devuelve para la casa, Arturo pensó que lo mínimo que podía hacer el evento era dejarle algo a la ciudad, entonces, además de hacer el ejercicio de la curaduría, debíamos trabajar con las oficinas de arquitectos jóvenes y estudiantes de arquitectura de Paraguay. Armó trece grupos, se inscribieron y trabajamos en un barrio que se llama La Chacarita, justo al lado del centro histórico de Asunción. Es un barrio muy bien localizado y tiene la mejor vista de la ciudad, pero tiene muchos problemas sociales, de servicios públicos, de infraestructura, de espacio público, de recolección de basura, en fin. Además, la comunidad que allí habita está muy encerrada en sí misma, tiene pocas oportunidades al interior del propio barrio y tiene muy poco espacio. Recorridos laberínticos, angostos, irregulares, como los de las comunas nororientales de Medellín.

A cada equipo le dieron la información sobre el barrio y a mí me llamó la atención que no tenían conexión a la red sanitaria, hay un mal manejo de los desechos y llueve mucho. Cada equipo tenía que hacer una propuesta, que trabajamos durante un año virtualmente, y nosotros propusimos hacer la conexión de la red sanitaria a unas huertas comunales que acompañan el espacio público. Aunque el espacio público es angosto e irregular, se podían acomodar estás huertas para completar el ciclo entre los habitantes de allí, la red sanitaria, el espacio público y la obtención de alimentos básicos.

La suma de todos los proyectos es algo muy interesante que se le deja a la comunidad, entendiendo su territorio desde el punto de vista de los arquitectos latinoamericanos. Se sintieron muy interesados. Además, se abrió un canal de comunicación con la administración local que ya reconoce el proyecto desde la alcaldía, desde los ingenieros, la comunidad, los ambientalistas, la posibilidad de la infraestructura, solo hay que conseguir dinero; pero La Chacarita hace dos o tres años no tenía esa identidad, no sabían que quería ni para dónde iba y hoy tienen una claridad extraordinaria, tienen los datos más frescos, salen de ellos mismos.

El proyecto ha tenido muchos reconocimientos y ha llamado mucho la atención, y la Bienal de Lima, Perú, va a hacer el mismo ejercicio. Convocó a distintos arquitectos, yo tengo la oportunidad de repetir, con la misma intención, que la Bienal no pase, sino que le deje algo a la ciudad.

Ha trabajado mucho en proyectos que exigen diálogo con las comunidades y con otros colegas, ¿cómo son esos procesos?

Mi oficina soy yo. No tengo esa oficina tradicional de arquitectos y dibujantes. Mi trabajo ha sido interactuar con diferentes equipos, creo que parte de la habilidad que tengo es no ponerles cara a los problemas, sino que nada es personal, simplemente son situaciones y se resuelven. Creo que soy un poco más objetiva, porque no tengo el apego a mi propia oficina, sino que soy capaz de ver el zoom out, con el ejercicio de haber trabajado muchos años para la Alcaldía de Medellín y la Gobernación de Antioquia, tengo claridad en lo público y a veces a los arquitectos nos cuesta trabajo ese primer contacto con lo púbico. Es difícil, denso, abrumador, necesita mucha paciencia, tiempo, nada sucede por acto de magia.

Trato de enseñarle a la gente con la que trabajo el valor del tiempo en el urbanismo. Como arquitectos muchas veces tenemos el afán de construir y de publicar, pero el urbanismo necesita tiempo, conciliar con todos los actores inmersos.

Algo bueno de la pandemia ha sido obligarnos a repensar el espacio como sociedad, como habitantes del planeta y el valor que vuelve a tomar ahorita el espacio público, la calle. Tener esa mirada urbana, permite entender el tiempo de alguna situación, entonces hay una inmediatez que se debe cubrir, solucionar lo urgente, pero se deben dejar proyectos en el tiempo que solucionen lo que realmente puede estar pasando allí.

Es muy difícil. Sería más fácil entrenar a dos o tres arquitectos y dejarlos que hagan las cosas que han aprendido, es más difícil siempre empezar reconociendo las virtudes del equipo, el mejor tiempo para hacer las cosas e irlo solucionando, pero me encanta porque me incomoda permanentemente, no estoy en un estado de comodidad en el que ya lo tengo claro, sino que procuro incomodarme muchísimo y creo que eso les hace bien a proyectos complejos.

¿Las intervenciones que se hacen en barrios como La Chacarita, que no son grandes edificios o infraestructuras, sino obras pequeñas y útiles para las comunidades son una nueva forma de ver la arquitectura?

Cada vez se tiende más a eso. Entiendo el placer estético de un arquitecto al hacer esculturas vivientes, pero esa arquitectura moderna de piezas escultóricas por las que uno empieza a estudiar, cada vez existe menos. Ese Ovni que aterriza en cualquier lugar y no importa dónde, no mira el lugar, la gente, ni la cultura o la economía, no sabe de dónde viene el agua y no sabe de dónde viene la comida, esos objetos ya no existen. Entonces, si la arquitectura no es capaz de hablar con el territorio, si no soluciona los grandes problemas que tenemos, sociales, espaciales, económicos, culturales, como la salida de la guerra de Colombia y la corrupción, es una bomba de tiempo y los arquitectos no pueden seguir diseñando al interior del lote y sin tener en cuenta al resto del mundo.

Esa visión es un reto porque hay muchos que les tienen pereza a los proyectos públicos, ¿por qué se debería cambiar la percepción sobre ese tipo de proyectos?

Siento que a los estudiantes ya les cambió el chip. Tengo un curso de primer semestre que se llama Ciudad y espacio urbano, y el primer día de clase les pregunté qué es la calle. Hubo todo tipo de respuestas, unas más intuitivas, otras ya existían, y hace poco les volví a preguntar después de todo lo que se está viviendo, no solo con la pandemia, sino con el paro. Ahora ven que la ciudad y la calle son políticas. El primer ejercicio fue hacer una sección de la calle donde estuvieran en ese momento y lo que han hecho es meterle otras capas a esa sección, por ejemplo, ¿qué le pasa a esa sección para que se convierta en una protesta?, ¿o para que me genere miedo?, entonces empezar a dibujar esas secciones, ahora llenas de gente, de policías, de grafitis, de flores, de fogatas, de ollas, de Cruz Roja, todo lo que le está pasando a la ciudad, para una generación que no quiere comer cuento de lo público. Son chicos que hacen preguntas que me sorprenden, yo no las hice ni ninguno de mis compañeros de hace 20 años, en cambio sí crecí con la pereza de lo público, no creía en nada ni en nadie, decía que no era política y que no me interesaba, pero la vida misma me ha mostrado que es el error más grande. Uno siempre tiene que saber cuánto cuestan las cosas, quién lo construye, si se fue la plata a dónde tenía que ir. Si no nos preocupamos por nuestras cosas, nadie lo va a hacer.

De alguna manera siento que la nueva generación viene con algo que parece ser diferente con respecto a lo público y eso me llena de entusiasmo. Es algo intrínseco en ellos porque es muy difícil convencer al otro de que tenga interés, sin embargo, hay una oleada de gente que tiene preguntas más interesantes con el espacio, ya llegaron al punto en el que se dan cuenta de la importancia que tiene. El área de la tierra es la misma, pero cada vez somos más y tenemos que negociarlo.

Se puede decir que su experiencia le ha dado una visión más amplia de Latinoamérica, ¿cuáles son esos puntos comunes que ha encontrado en arquitectura y urbanismo?, ¿cuál es el camino que se está siguiendo?

Estoy empezando el doctorado en Arquitectura en la Nacional y es parte de lo que me interesa. A raíz del premio que se ganó el Parque Educativo Saberes Ancestrales de Vigía del Fuerte, en la Bienal Iberoamericana de 2016, he tenido la oportunidad de abrir puertas con arquitectos latinoamericanos y siento que hay algo en común entre todos y es el estar orgullosos de nuestra identidad, de nuestra tierra, de nuestra mezcla, de nuestras posibilidades. Hay un espíritu nuevo entre los arquitectos de mi edad, que percibe la mezcla, quiere revisar los materiales, las técnicas ancestrales. Nuestra tierra es riquísima, nuestra topografía es súper variada y estos estudios de arquitectura quieren que todo esto sobresalga, no es algo para ocultar ni homogeneizar ni es necesario referenciar toda la escuela española, aquí pasan muchas cosas muy interesantes. Siento que eso tiene en común ahora el territorio de América Latina, se está reconociendo en su mezcla, en su variedad, en su imperfección. Somos súper imperfectos y eso se ve en nuestras formas de habitar, en materiales muy de la tierra, muy ancestrales, somos artesanales y eso es algo que está cogiendo cada vez más fuerza, lo tenemos en común y nos estamos juntando para dejar de pedalear solos desde países subdesarrollados y de alguna manera entendernos como una unidad dentro de la diferencia que somos.

Entonces, ¿el futuro de la profesión tiene que ver con la colaboración y la artesanía?

Total, no es que uno no use la tecnología, hay que usar la de punta, pero a nosotros se nos inundan los territorios, a los zenúes no; a nosotros se nos pudre la comida, a los quechuas no; entonces miremos cómo lo hicieron durante años y pongámosle tecnología a eso, ojo al conocimiento tradicional de los territorios que están llenos de información y que no tiene por qué ser una cosa exótica aislada en la Sierra Nevada de Santa Marta para turistas. Es de todos nosotros, somos mucho más mezcla de lo que creemos y de lo que habíamos querido ser.

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