Centro de Memoria, Paz y Reconciliación. Foto Rodrigo Dávila, cortesía Juan Pablo Ortiz.
Berlín tiene presente su dolorosa historia en diferentes puntos de la ciudad. Está la Iglesia Memorial Kaiser Wilhelm, los fragmentos del muro, el Museo Judío, el proyecto artístico Stolpersteine, el Monumento a los Judíos Asesinados en Europa y el Memorial a los Romanies y Gitanos, entre otros. Son diferentes abordajes para conservar presente en la sociedad lo vivido durante el siglo XX. “Me parece muy valiente”, afirma el arquitecto y profesor de la Universidad de los Andes Camilo Isaak, que analizó este caso en su artículo Sobre la memoria y la arquitectura: construir la ausencia de 2016: “Hay una plaza pública en el sitio más importante comercialmente de la ciudad (el Monumento a los Judíos Asesinados en Europa cerca a la Puerta de Brandenburgo), donde los contribuyentes pierden la oportunidad de tener un desarrollo comercial por un elemento conmemorativo hacia algo que ellos mismos hicieron. Nombrar lo que pasó permite sanar las heridas”.
En la actualidad, Colombia se encuentra en el proceso de crear espacios para procesar el conflicto. Para ello se han construido el Museo Casa de la Memoria y el Parque Inflexión en Medellín; y el Centro de Memoria, Paz y Reconciliación y el Museo de Memoria de Colombia, que se proyecta para 2022, en Bogotá. En otras partes del país se han establecido centros de memoria en edificaciones disponibles, a veces por iniciativa gubernamental, otras comunitaria. La tendencia es pasar del monumento, meramente simbólico, a los memoriales que pueden tener otros usos, además de la función conmemorativa; ser realmente un espacio productivo y significativo para las víctimas. Sin embargo, abordar este tipo de proyectos no es tarea sencilla y debe tener en consideración muchas aristas.
Juan Pablo Ortiz, cuya firma es responsable del Centro de Memoria, Paz y Reconciliación en Bogotá, cree que los memoriales se deben trabajar con la comunidad, pues tienen un sentido ritual: “Los memoriales propician la proximidad, promueven la cercanía, el encuentro, permiten acciones colectivas que son tan importantes para el mundo individualista en que vivimos. Están hechos para construir lazos humanos bondadosos, donde se pueda hablar con la sinceridad que se necesita para así armar un diálogo que permita la búsqueda de la verdad y, por ende, la no repetición de los actos que han afectado a un grupo humano; este es el fin último de estos espacios”.
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El Centro de Memoria, Paz y Reconciliación contó con una acción social de reconciliación paralela a su construcción. Víctimas de todo el país asistieron al lugar para dejar en tubos de vidrio un puñado de tierra y una voluntad de paz que luego se insertaron en los muros del edificio. La obra, ubicada en los terrenos del Cementerio Central de la ciudad, se desarrolló sobre un espacio funerario donde estaban enterrados más de 3.600 individuos, algunos en fosas comunes, que fueron exhumados. Hoy alberga la institución que lleva su nombre, encargada de implementar estrategias pedagógicas alrededor de la memoria.
Para Isaak, estas iniciativas tienen fundamento y buena intención, pero pueden fallar a la hora de conectarse con la sociedad, como en el caso del Museo de Memoria de Colombia que está en construcción. “El peligro es caer en el afán de construir un museo de la memoria del conflicto cuando el conflicto no ha sanado las heridas y todavía no lo entendemos en su globalidad, además, hay gran parte de la población que lo niega. Tomar esas decisiones implica educar mucho a la población. La decisión de hacer este museo en Bogotá es una cachetada a las víctimas del conflicto, pues es una ciudad que nunca los apoyó y les dio la espalda”, dice Isaak al resaltar que el gremio arquitectónico debió ser más enfático en el rechazo a esta iniciativa y negarse a participar en el concurso de su diseño, pues se hace necesario ser más consciente de su rol en la sociedad.
Ortiz advierte que también se debe tener cuidado con la resignificación es “un concepto riesgoso, pues como la palabra lo dice es volver a dar sentido o significado a los hechos en una sociedad desmemoriada y tan permisiva de eso que llaman hoy la posverdad, una sociedad que prefiere la frivolidad del eufemismo al reto comunitario de la búsqueda de la verdad; por lo tanto, pretender cambiar el significado me parece que puede traer consigo más el olvido que la recordación que necesitan los hechos acaecidos, para que estos no se vuelvan a repetir”.
La relación entre arquitectura y memoria es intrínseca y se presenta a diferentes niveles, además, sus manifestaciones tienen un sentido de permanencia y colectividad que obligan a que las reflexiones que surgen desde ella sean más conscientes y responsables. Conocer la historia y observar lo que se ha hecho alrededor del mundo son herramientas que pueden ayudar a hacer propuestas más acertadas.